Sunday, July 31, 2011

Recogida de leña


Con gran alboroto un grupo de mujeres, hablando todas a la misma vez, comentaban sobre el temporal que el abuelo, en su sabiduría, había pronosticado la noche anterior.
“¡Miren la luna, tiene agua!  Lo que se avecina es terrible, el deposito de leña está vacío. ¿Con qué piensan cocinar?” el abuelo torció la boca y entornó los ojos y después de resoplar, ordenó: “Mañana ustedes con Adolfito se van para el monte a buscar leña.”
Salí al patio y observé la luna, me sentí sobrecogida pues nubes oscuras la rodeaban formando un círculo acuoso.  Hice la señal de la cruz y entré a la casa. 
Nos levantamos al oir al octogenario decir en voz alta: “El Angel de Dios anunció a María y todos respondieron y concibió por obra del Espíritu Santo…”
Después de un rápido aseo con agua lluvia recogida con una cañería de zinc que rodeaba la casa y que terminaba en un tubo redondo que era colocado sobre un recipiente de metal llamado tanque.  A éste se le cubría la apertura con un paño que servía como colador para que las hojas secas del techo de la casa no se pudrieran en el agua.  El preciado líquido era curado con pedazos de carbó de cañafístola para evitar los gusarapos, que son las larvas de los mosquitos.
Ya preparados pasamos a la cocina y en el fogón de barro, dividido en tres arcos, hervía una gran olla del mismo material, llena de plátanos recién cortados. Desáyunamos y una de las muchachas de la casa agarró un paño largo y angosto que fue envolviendo artisticamente, me lo pasó enrollado a la perfección y me dijo: “Ponlo en tu cabeza según te acomode, es un babonuco.”  El babonuco es un especie de enrollado que bordea la cabeza para amortiguar el peso de las cargas. Se usa para cargar agua, leña, frutas, flores y todo tipo de elementos que por mucho tiempo nuestros campesinos han cargado en sus cabezas.
El burro, caminando con paso haragán apareció y la dueña de la casa ordenó que le quitaran las alganas tejidas de guano. El guano es una planta tropical que de sus hojas, después de un largo proceso se pueden hacer obras artesanales como sombreros, carteras, alganas, que son sillas para montar, macutos y muchas más. En un macuto, la señora puso agua en una botella y los pedazos de plátano que sobraron, algunos machetes y mochas (mochas son pedazos de machetes, instrumentos de labranza que se usan para cortar hierba entre otras cosas).
Caminamos por la carretera y otras mujeres con niños de ocho años en adelante se unieron al grupo, en la bifurcación del camino dejamos la carretera y nos adentramos en el monte. “¡Cuidado con las abispas!” dijo uno y sentí escalofríos.  Un arroyuelo de cristalina agua mojó mis pies y el sonido el sonido del agua entre las piedras me llenó de nostalgia. Lianas y musgos, bromelias que por la humedad crecían silvestres y la variedad de helechos más extensa que haya visto.  Una rana saltó  el croar del famoso maco pepen dejando ver su inflada mandíbula. ¡Dios mío qué belleza!
“Oye no te quedes atrás, tenemos que andar juntos.” Me dijeron. “Ese tronco está bueno” y acto seguido con el hacha fue picado y atado con sogas. Ya el burro llevaba dos grandes atados que cruzaban su barriga bien amarrados. “Esos palitos son de guayabo, amárralos.” Dijo el señor mientras seguíamos monte adentro.
Cuando nos sentamos a descansar ordenó: “Adolfito, busca aguada en el manantial.” Fue cuando me di cuenta que ovalados higueros gigantes con pequeños huecos fueron llenados de agua de un manantial que los campesinos habían descubierto y después de hacer una especie de piscine, que se convirtió en el magnifico lugar que de las entrañas de la tierra salía agua bien y perfectamente potable.  Sentados debajo de un frondoso árbol de mangos maracatone aprevechamos sus frutos y continuamos recogiendo trozos de árboles cortados del mismo tamaño para poder hacer los paquetes de leña.
Mangos, cajuiles, naranjas, cerezas, grosellas, todos los participantes comenzamos el regreso apreciando la puesta de sol y repitiendo el Angelus.  Mientras degustábamos las frutas recién cortadas.  El sudor corría por mi espalda, mi frente, pero me sentía llena de energía.  Llevamos leña para más de un mes.  Frutos y agua de manantial que se virtió en la gigante tinaja para tomar exclusivamente.  Una gran paila con locrio de pica pica nos esperaba con habichuelas rojas y bollitos de plátanos verdes  flotaban invitandonos a comer, opíparamente, los que quedaron en la casa desmontaron la carga y el padre sonrió complacido.  “Acuéstense temprano porque hay que lavar en el río antes que comiencen las crecidas.” Dijo entre dientes el que había pronosticado la noche anterior la próxima tormenta.

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